El día que casi me forro gracias a Marco, su madre y el mono Amedio 🐒🍖
Primeros meses de NatiNatillas.
Todo era ilusión, caos, y albaranes que parecían firmados por un adivino con parkinson.
Los proveedores iban como locos y nos costaba poner orden con ellos
Yo creo que alguno se pensaba que todo el monte es orégano, que eso era jauja, y se aprovechaban.
Jauja, para los de la generación Z, se usa para decir que algo parece un paraíso, donde todo es fácil de conseguir y “no hay problem bro”
Y había uno en especial —muy conocido, muy grande, muy nacional— que tenía la precisión de una escopeta de feria.
No diré su nombre.
Por supuesto que no.
Sería poco profesional.
Solo diré que en esta historia lo llamaremos Marco.
Y desde aquí, un saludo para él, su madre y su mono Amedio, que son los verdaderos protagonistas del cuento de hoy.
La cosa es que ni una entrega salía bien.
Lo normal era que faltara algo.
O que viniera aplastado.
O que trajeran 10kg de cebollas en lugar de cebollita crispy, y con eso ya te haces una idea.
Pero un día…
¡Un día, amigas y amigos… llegó EL AGUINALDO!
Siete mazas de jamón.
Tantas botellas de licor que yo no las vendo ni en Nochevieja.
Salmón. Bacalao.
Y media despensa de alguien que claramente no era yo.
Además de mi pedido.
Miro el albarán: no aparecen.
El repartidor que ya había ahuecado el ala.
Miro a mi socio: ¿esto es una cámara oculta o nos ha tocado la lotería de los tontos?
Podía quedármelo.
Podía venderlo.
O ser la nueva Cesta de Navidad de Calamocha.
¡La Virgen del Cordero!
Pero no te emociones que lo devolví.
No te rías que te veo, no seas Macron, era lo correcto.
Revisa los pedidos. Siempre.
Cuando falte algo, para que no pagues por lo que no está.
Y cuando sobre, para que no acabes en el grupo de “hosteleros espabilaos”.
Una buena relación, basada en la confianza y en la sensatez, es de las cosas que más valoro.
Me da paz mental. Prefiero pagar más pero trabajar con proveedores que no me amarguen.
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👀 Final Feliz
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